Hemos perdido la cuenta de las veces que nos preguntan qué nos diferencia del resto de las editoriales independientes. Probablemente, tengamos algunas semejanzas, pero si hay algo que nos caracteriza es la cantidad de horas que pasamos corrigiendo y puliendo los textos antes de que se publiquen. Ésa sí que es una verdadera marca de la casa. Mrs. Parker es extremadamente puntillosa con ciertos aspectos de la ortografía, la gramática y el estilo; y Mr. Maclein no se queda atrás en lo que se refiere a ortotipografía, diseño y todo lo que tenga que ver con el aspecto gráfico.
En cuanto a lo primero, las tildes son fundamentales. Y no hemos tenido pocos desencuentros —entre nosotros y con los autores— en lo que se refiere a la acentuación gráfica del adverbio «sólo», los pronombres demostrativos, y demás recomendaciones de la Real Academia. Es cierto que al principio acatamos esta sugerencia, pero –y ahora hablo en primera persona del singular, por la parte que me toca- me rebelo ante ella de nuevo y vuelvo a tildarlos porque, aunque es cierto que el contexto resuelve en gran parte la ambivalencia de muchas de dichas palabras, poner el acento gráfico no resta economía al lenguaje ni lo hace menos inteligible; más bien, ahorra al lector un esfuerzo innecesario y ayuda a clarificar párrafos que a veces pueden resultar engorrosos. Manías que tiene una.
Por continuar con esto de las fobias de correctora, otra de las batallas es el leísmo. ¡Cuántos disgustos nos ahorraríamos si hiciéramos la simple conversión al femenino de una misma construcción gramatical! Si es «la ama» pues su correspondencia será «lo ama», no el infame «le ama», a menos que estemos en el siglo XIX o hablando de vos. Y ni así. Ya sé que el leísmo masculino de persona está aceptado, extendido y bendecido, pero no lo puedo soportar, chico.
Y qué decir de las comas (y los puntos y coma, los grandes olvidados). Reviso, cambio, retoco y peleo hasta el último aliento por colocarlas en su lugar, con el beneplácito de quien ha escrito el texto y sabe cuál es la interpretación correcta de tal o cual frase.
En cuanto al estilo, este punto es el más peliagudo. Cada autor defiende a capa y espada su tono, su toque, su voz —lo normal—. Sin embargo, hay veces que el árbol no nos deja ver el bosque (un símil muy apropiado estando en nuestra cabaña) y hay que recordarles a los escritores (sí, sigo creyendo que el masculino plural engloba al femenino, ya podéis lapidarme) que pulir ciertos aspectos, recortar texto, retocar un final, cambiar un título o cargarse a un personaje puede ser el mejor invento desde el paté de atún. Normalmente funciona. Normalmente…
Mr. Maclein, o el artista también conocido como «faltan comillas, ¡faltan comillas!», nos cuenta su versión de los hechos. En el proceso de corrección del libro dejamos para el final la revisión ortotipográfica, o lo que es lo mismo, buscar el signo tipográfico adecuado para cada palabra o párrafo. En el mundo de la ortotipografía no hay normas tan estrictas como en el caso de la ortografía o la gramática, aquí hay ‘sugerencias’ que uno adopta según el libro de estilo de la editorial. Nosotros tenemos el nuestro, que hemos ido perfeccionando desde que comenzamos hace tres años y medio, hasta dejarlo como realmente nos gusta (o no, y lo volveremos a cambiar porque no estamos bien de la cabeza).
Os dejo algunos ejemplos del uso que hacemos:
Las comillas son siempre españolas («»); se usan rayas en los diálogos (—), no guiones (-); la sangría va al comienzo de párrafo, que no es lo mismo que darle a la tecla del tabulador; y los números van en versalita, siempre que la tipografía lo permita. No hay que abusar de la cursiva, pero se debe usar, sobre todo para aquellas palabras en otros idiomas o cuando el autor se pone creativo. Ah, se me olvidaba, y sin entrar en las excepciones, se pone punto delante de comillas de cierre (.»). Para chuparse los dedos.
Las páginas de un libro deben estar ‘limpias’, salvo que busquemos hacerlo ilustrado. Aquí soy el primero en saltármelo (ejem). En nuestra colección Taiga colocamos un minúsculo dibujo debajo del título de cada relato o capítulo. Ese detalle sale del dibujo de la portada y nos sirve para darle continuidad a la imagen durante el resto del libro.
En cuanto a las dedicatorias y citas, para gustos, colores. Con las dedicatorias es fácil: en cursiva. Con las citas… Ahí va esta especie de trabalenguas: si van en página aparte, las ponemos en redonda con el mismo tamaño que el texto general (aunque en esa página no aparezca más texto). Si van al comienzo de un texto o capítulo, las dejamos en redonda, pero con menor tamaño. Y el nombre del autor de la cita en versalita, pero en minúscula, y con un espacio a la derecha y… ¿todo esto por qué? Porque se deben unificar criterios y tamaños, al mismo tiempo que se debe diferenciar para distinguir las distintas partes del texto.
Si buscáis entre vuestros libros, encontraréis diferentes usos de las comillas, guiones, márgenes, tamaño de letras, etcétera. Y ninguno es mejor que otro, todo es cuestión de gusto, perspectiva o composición.
Y hasta aquí el catálogo de rarezas y manías de los editores de hoy. En resumen, podemos estar trabajando un texto con el autor durante meses para que quede limpio, pulido, fijado y en todo su esplendor. El tiempo se relativiza en la cabaña y lo único que nos importa es que el resultado final esté tan bien engrasado con un reloj suizo. Y tan esponjoso y apetecible como un bollo —suizo—. (Será que se aproximan las vacaciones y sólo pienso en marcharme al fresquito del norte…).