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Tres

    Inicio Piezas literarias Tres

    Tres

    Por Antonio Abad Albarrán Fernández | Piezas literarias | 8 comentarios | 13 abril, 2015 | 0

    A las 18:45 horas del 12 de marzo de 2003, Elena Arias, acicalada tímidamente, coge el bolso y cierra la puerta de su casa. En el descansillo revisa que lo lleva todo, la cartera, el teléfono y el libro. Empieza bajando la escalera a sístole y diástole y, a medida que desciende, se apagan también sus ganas y su brío.  Hace tanto que está sola que la posible compañía le asusta tanto como antes lo hacía el silencio permanente tras salir del trabajo.
    En el portal se mira en el espejo; ha elegido un vestido gris, de tubo, con una pequeña blonda beige en el borde de las mangas. Se ha pintado como para ir a la oficina. Labios rosa otoño, ojos ocres. El pelo suelto, libre y naranja. Se dirige a la parada del autobús. Mientras espera, consulta no pocas veces el reloj; está nerviosa. El tiempo se le aloja en el estómago y se siente incómoda.  Se pregunta tantas veces cómo puede, ¿por qué? Y decide no pensar. Han convenido verse a las 19:45 horas en el café Royal, esquina con calle Jaén. Para reconocerse llevaran un ejemplar de El amante de Marguerite Duras. Por este libro habían comenzado su contacto, hacía un par de meses, a través de la página de crítica literaria que visitaban ambos asiduamente.
    Se baja dos paradas antes. Tiene tiempo de sobra para pasear y atravesar el parque le vendrá bien. En su cabeza escucha una frase con su voz: la soledad pesa al empezar a vivirla y pesa al terminar de disfrutarla. Como un niño cuando deja los ruedines de su bicicleta, superadas las reticencias, no puede ni imaginar en colocarlos de nuevo.
    Encuentra un banco libre, aún está tibio. Se recuerda el sol. Saca el móvil. Lo guarda. Saca el libro. Lo ojea. Suena el teléfono. Su madre. Genial. Consulta el reloj, hora de levantarse. Sin mirar atrás, y enfrascada en la repetida conversación diaria, dirige los pasos a la cafetería. Al pararse en el semáforo gira la cabeza y ve que ha olvidado el libro en el banco. Duda y determina seguir adelante.
    De lejos observa a Julián. Ha llegado puntual, con su libro. Ve cómo revisa impaciente las manos y las mesas de todos los habitantes de la terraza y cómo mira su móvil cien veces. Se sienta en una mesa y pide un té (ella es de café).
    La lástima es suave como una piedra lisa, piensa Elena.
    Desde su papel de observadora y, por primera vez en el día, se da cuenta de que ha sido un acierto no acudir a la cita. Se mueve hasta la barra, se sienta con un café y no abandona el bar hasta que lo hace él bien cerrada la tarde.

    A las 19:15 horas del 12 de marzo de 2003, Ricardo Murillo observa por la ventana, más bien mira sin ver. Ese vicio inconfesable que tanto sacaba de quicio a su padre. Recuerda cómo era su vida antes. No se siente triste sino liberado. Su estado de ánimo es como una nebulosa en los últimos meses. Ha perdido a sus padres y su trabajo. Se distrae buscando paralelismos entre la muerte y el paro.
    Una chica entra en escena. Lleva luz en su pelo trigueño. Se queda embelesado mirando su andar. La chica se sienta en un banco. Saca un libro. No le llega la vista para leer el título. Tras unos minutos, atiende una llamada de teléfono y comienza a andar. Se deja el libro.
    Ricardo se toma el tiempo justo de ponerse las zapatillas de deporte y  bajar a la calle. Se acerca al banco. La chica se ha perdido tras la esquina de la avenida. Abre el libro, se cae un papel y un billete de autobús. Desdobla y lee:

    Vuelvo sobre tu nombre
    Cada día
    Acariciando cada una de sus letras como si fuera tu piel.
    Y recurro a él por que no te tengo
    Y decirte es lo más que puedo tenerte dentro.
    Te deseo
    Cada día
    Y vuelvo sobre tu nombre.
    Y lo escribo, lento y pausado.
    Cómo te besaría
    Sin más artificios que tus letras
    Que son tu cuerpo.
    Y vuelvo sobre tu nombre.

    Queda fascinado. Siente que tiene que conocerla. Si ella lo ha escrito, ¡qué mujer!; si ella lo ha inspirado, ¡qué delicia de ser! ¿Cómo se llamará? ¿Dónde habrá ido? Ricardo dedica dos meses a buscarla. Recorrer él  mismo el trayecto que ella hizo, tanto en bus como a pie, se vuelve su principal ocupación. Hasta que se encuentran. Años después, el día que firman el divorcio, tras una relación llena de recovecos, viajes y olvidos,  le devuelve la novela a Elena. Ella  no pregunta. Suspira y garabatea, como si lo hiciera otra persona, el documento que tiene delante.

    Son las 19:30 horas del 12 de marzo de 2003 cuando, con un andar rápido (sin llegar a correr para no sudar) Julián Alcántara, con una edición de bolsillo de El amante en la mano, atraviesa el Parque del Barranco.
    Observa la calma que parece invadir a todos los visitantes de los bancos. Abuelo con periódico, pareja adolescente, madre devorando pipas, chica pelirroja ojeando libro. Las hojas de los árboles esparcen un sonido casi imperceptible al tratar con el viento. Él está agitado.
    Contiene la emoción que le genera conocer a Elena. Llevan un par de meses hablando y creía que ella rechazaría de pleno la posibilidad de verse. Le dejó tan sorprendido su “sí” que fue ella la que tuvo que poner lugar y hora. No sabía qué decir. Había llegado el día. No con poco esmero se había preparado para la ocasión. Una vez estudiadas las palabras y propuestas (quizás un cine estaría bien si la conversación no estaba muy animada), había llegado el momento de ponerlas en práctica.  Imagina cómo les iría juntos, cómo sería reír con ella. Y llega al café. Son las 19:43 y aún no está. Normal. Ansioso, analiza a cada persona. Ni rastro. Se sienta en una mesa y llama al camarero. En tres ocasiones tiene que indicar que la silla de enfrente está ocupada.  A partir de las 19:55 empieza a desinflarse y desde pasadas las 20:15  las conversaciones de las mesas cercanas se apilan en sus oídos dejándolo atolondrado y perdido. El globo se pinchó y el crío lloró desconsoladamente, piensa.

    A las 20:55 el camarero recoge el té helado, una generosa propina y un viejo libro.

    Por Gema M. O. 

    Gema M. O., Relato, Un amante

    8 comentarios

    • Juan Ramón Responder 13 abril, 2015 en 12:05

      Relatón.

    • José Ángel Responder 13 abril, 2015 en 14:32

      Me ha gustado mucho el ritmo y la historia. Muy bueno, Gema.

    • Maestro Responder 13 abril, 2015 en 22:37

      Sencillamente GENIAL. No sabía que tenías un blog. Espero ansiosamente una nueva entrada.

    • José Pedro Responder 13 abril, 2015 en 22:43

      El uso del presente funciona muy bien. Creo que el lector siente cercanía respecto a los personajes.

    • jahidalgo Responder 15 abril, 2015 en 19:40

      Fantástico. Me ha encantado.

    • vane Responder 15 abril, 2015 en 21:12

      Me acabas de dejar alucinada!!!

    • ROCIO Responder 16 abril, 2015 en 17:34

      Muy interesante, seguire pendiente de tu historia, un beso.

    • Davor Responder 19 abril, 2015 en 12:13

      Fantástico Gema! Gracias! Bienvenida!

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